Por Marco Zúñiga Castro
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“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener piano no lo convierte a uno en pianista”. Michel Levine
¿En qué consiste la paternidad?
Podríamos decir que es la circunstancia bajo la cual un hombre, haciéndose acreedor de un vínculo con un nuevo ser humano, adquiere la condición de padre. Al ser padre toma bajo su cuido a este nuevo ser, en compañía –o no– de otra persona, cualquiera que sea su género.
Como históricamente se ha entendido ese cuido, según sea padre o madre, es lo que ha definido ciertos roles que, de alguna manera, se exige cumplir para papás y mamás. Entonces, la construcción social del concepto de paternidad y su traducción para fines prácticos de la vida en sociedad, le han dado a la condición de ser padre un enfoque que bien podríamos calificar de utilitarista, determinado por los roles de género. De igual manera sucede con la visión tradicional de la maternidad, a la cual se ha endilgado con las labores usuales de cuido y crianza de los menores.
Estoy hablando de la idea del “padre proveedor” y generalmente ausente, invisible o in-visibilizado, que se encuentra anquilosada, normalizada y, de alguna manera, aceptada en sociedad. No es extraño reconocer y consentir la visión del padre que pasa todo el día fuera de su casa, trabajando, para proveer a un hogar del sustento económico, pero rara vez del sustento emocional. No quiero decir con esto que si el padre provee en lo económico se desvincula, necesariamente, en lo emocional de su hijo o hija, pero es lo que se espera, pues esto “corresponde” a la madre.
Es por esta vieja concepción, y por la necesidad de mantener una lucha constante en pro de la igualdad y equidad de género que es necesario reivindicar y remozar el concepto de paternidad.
Una reivindicación de la paternidad que pasa por entender la importancia de ser papá de la misma manera que ser mamá. Reconocer que ambas situaciones, ser padre o madre, pueden ser distintas pero igual de importantes, y que no tienen que estar sujetas a unos conceptos tradicionales de paternidad y maternidad. Distintas por razones tan sencillas como la gestación o la lactancia, vínculos únicos que sólo una madre puede vivir.
Una reivindicación de la paternidad que pasa por entender que cuando hablamos de feminismo tenemos que hablar también de nuevas masculinidades, y entender que desapegarse de cualquier vieja concepción y rol de género, implica también interiorizar que violencia de género la pueden sufrir hombres y mujeres de muchas distintas maneras y por infinidad de razones. Entender que la paternidad no es sólo una y tan calificado puede estar, para asumir la responsabilidad de un menor de edad, la madre como el padre.
Ejemplos de la situación que describo abundan.
El ordenamiento jurídico nacional está construido de manera que se parte que son las madres quienes deben cuidar de los niños y los padres los que deben suministrar el soporte económico. Así resuelven los juzgados y esto institucionaliza una forma de violencia.
También es normal que cuando se pregunte a una pareja de hombre y mujer por un hijo o hija común, la pregunta se dirija a la madre, como si fuera obligación única de ella atender el cuido del menor y no de él, lanzando sobre las espaldas de ambos las cargas de un rol de género, que los violenta a ambos.
Recién celebramos el Día del Padre, y en fechas como estas no debemos sólo celebrar que los padres asuman sus responsabilidades como padres, sino darles su justo lugar, al lado de las madres -cada quien con sus particularidades- en sus derechos y obligaciones de asumir un papel protagónico en la crianza de un hijo o hija.

“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener piano no lo convierte a uno en pianista”. Michel Levine. Foto cortesía/PAC.